Rodulfo Gea

Entrevista con Amparo Dávila por Patricia Rosas Lopategui

"Como escritora, siempre he sido muy afortunada"

Su proceso creativo, los gatos, su infancia, su amistad con Julio Cortázar, son temas que la autora de Música concreta aborda en esta entrevista.
23-Febrero-08

Gran escritora, Amparo Dávila es también una mujer generosa, sensible y hospitalaria. Me recibió en su casa, en la Ciudad de México, para conversar en torno a su obra literaria. Vale la pena mencionar que sus libros Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1964), Árboles petrificados (Premio Xavier Villaurrutia 1977) y Con los ojos abiertos, textos inéditos (cuatro cuentos y una crónica), forman parte de la Obra reunida que en breve publicará el Fondo de Cultura Económica.

Amparo Dávila nació el 21 de febrero de 1928 en Pinos, Zacatecas, y pasó su primera infancia en ese pueblito minero. A los siete años se traslada a San Luis Potosí para estudiar primaria y secundaria. En 1954 contaba con 26 años de edad cuando se instala en la Ciudad de México "para buscar el camino hacia las letras": había decidido asumir su vocación de escritora.

¿Cómo fue de niña?

Fui muy independiente, muy sola, imagínese, irme a la montaña nada más con dos perros. Y tenía cinco años. Cuando era la hora de comida y no me encontraban, decían: "Ya se fue". Mandaban al mozo a ver dónde me localizaba... en la montaña. Me iba a juntar las piedritas que después iba a convertir en oro y en perfumes con las flores. Y por las tardes me iba a un parque que estaba hundido, porque como Pinos era un pueblo minero, en la montaña, el terreno se hundió, entonces ahí pasaba las horas de la tarde mirando los pececitos que entraban y salían entre las piedras, hasta que ya no había luz y ya no veía los peces, y hacía mucho frío, y entonces regresaba a mi casa.

¿Sus padres siempre vivieron en Zacatecas?

No. Cuando fui a la escuela primaria mi mamá, Lidia Robledo, se fue conmigo a San Luis, y mi papá, Luis Dávila, por sus negocios, iba y venía de Pinos a San Luis. También venían mucho a México. Estando ya más grande, después de la secundaria, estuve muy enferma, muy grave, fue cuando leí mucha poesía española. Mi padre era un hombre de una gran cultura, muy inteligente, la prueba está en que los primeros libros que leí fueron La Divina Comedia, El Quijote, que pertenecían a su biblioteca. Él venía a México y me llevaba muchos libros; toda esa época de mi enfermedad leí mucho. Me la pasaba leyendo porque no podía hacer otra cosa. Curiosamente, siendo un hombre muy culto, muy inteligente, no le interesó que yo tuviera una carrera, una profesión. Era lo típico de la época, porque se creía que la mujer era para su casa y punto. Mi primer libro de cuentos, Tiempo destrozado, se lo dedico a mi padre, porque cuando le dije que me venía a México para buscar por mí misma el camino hacia las letras, no me apoyó; estuvo en desacuerdo, desconfiado, haciéndome sentir que iba a fracasar rotundamente. Entonces, cuando el FCE me publica el primer libro, Tiempo destrozado en 1959, se lo dedico: "A mi padre". Él creyó que iba a hacer el ridículo, pero yo sabía que no porque tengo bastante autocrítica como para haberme detenido a tiempo.

¿Cómo la trató la crítica cuando aparecieron sus primeros libros de poemas en San Luis Potosí, Salmos bajo la luna (Poemas paralelísticos) (1950), Meditaciones a la orilla del sueño y Perfil de soledades (1954)?

He sido muy afortunada, porque la crítica siempre me ha tratado bien. Empecé escribiendo salmos cuando estaba en la secundaria, pequeños poemas paralelísticos. Era muy extraño en San Luis Potosí que una jovencita (estaba acabando de salir de la secundaria) escribiera salmos. Los primeros aparecieron en la revista Estilo que fundó Joaquín Antonio Peñalosa. Y hubo críticas, muy buenas todas. Joaquín me alentó para que hiciera una selección y publicara un librito, que fue el primero que publiqué, Salmos bajo la luna, en 1950. Por esos años fue el centenario de Manuel Acuña, en Saltillo, y fui a este evento. Entre los invitados estaba don Gabriel Méndez Plancarte, el salmista más importante que ha dado México. Don Gabriel también quedó bastante impresionado que yo escribiera salmos, de una métrica tan diferente, tan poco usada y conocida. Él también me abrió el camino, como después también Agustín Yáñez.

¿Cómo fue que el FCE le publicó Tiempo destrozado?

En el 58 me casé con el pintor Pedro Coronel, y recuerdo que a principios de 1959 estaba yo pasando en limpio mis cuentos, sin pensar en publicarlos, para nada. Un día me habló Arnaldo Orfila, que era el director del FCE, y me dijo: "Sé que tiene muy buenos cuentos". "Sí, señor, pero apenas los estoy corrigiendo". "Bueno, cuando los termine de corregir, me los trae. Aquí tiene abierta esta casa para usted". Y le pregunté: "¿Cómo supo de los cuentos?". "Agustín Yáñez me platicó que eran muy buenos". Entonces fue Orfila quien me habló, me invitó, por eso le digo que he tenido mucha suerte, porque cuesta mucho publicar.

En sus cuentos, los animales desempeñan un papel muy importante. Pero es innegable su preferencia por los gatos, ¿por qué?

Porque el gato es un animal fascinante. Fíjese usted que Juan José Arreola y yo fuimos muy amigos, coincidimos en varios edificios de departamentos, yo vivía en el de abajo y él y su familia en el de arriba, o al contrario, entonces nos veíamos todos los días, o a veces todo el día. Llegaba y estaba yo escribiendo, y un gato ahí, siempre, y Arreola decía: "No, Amparo no escribe, son los gatos los que escriben". Una mujer que tuvo no sé si 30 o 40 gatos fue María Zambrano. Los gatos ejercen una fascinación muy grande, un magnetismo.

¿Cómo arma sus cuentos?

Parto de una vivencia, algo que me lleva a un pasado, entonces esa vivencia es solamente el punto de partida, pero allí empieza el cuento a estructurarse, lo voy armando dentro de mí, lentamente, no de un golpe, entonces cuando ya está el cuento todo estructurado, como si fuera un esqueleto, es cuando ya empiezo a escribir, pero ya lo tengo, dentro de mí ya está hecho. Y aquella vivencia que fue la que dio origen al cuento se transmuta, queda ese recuerdo vago, pero ya es otra cosa, ya está transmutada.

"El tiempo se detuvo", dice en "La celda": "Las manecillas del reloj no se movían. El tiempo se había detenido". Esta idea aparece constantemente en sus relatos.

Es la preocupación del tiempo. El tiempo como algo irremediable, que se nos va de las manos, y que de un momento a otro cambia todo. Cambia la vida, cambia el panorama, cambian los sentimientos, cambia todo. El tiempo es implacable, pero en un momento se detiene, y también ahí es lo dramático, cuando se detiene definitivamente porque es la muerte, el fin. Y a veces, sin ser el fin definitivo, en el caso de este cuento, se había detenido porque deja de ser conciencia, de ser realidad, para la protagonista pasa a ser otra dimensión.

Usted mantuvo correspondencia con Julio Cortázar, ¿cómo se dio esta relación?

Fíjese que cuando publiqué Tiempo destrozado, una amiga mía, argentina, Emma Susana Esperatti Piñedo, un día llega y me dice: "Te vas a enojar, pero fíjate que le mandé tu libro a Julio Cortázar". Era amiga de Julio. Entonces le dije: "Mira, Emma, no debiste haberlo hecho, un escritor de esa talla, mandarle el libro de una principiante como yo, me siento apenada, cohibida. Estoy molesta". "Sí, yo sabía que te ibas a enojar, pero ya lo hice". Y pasó como un mes y medio, y me hablaron del FCE. "Aquí hay una carta para usted". Fui a recogerla y decía: "¿Señora o Señorita? Amparo Dávila". No sabía si era señora o señorita, lo puso entre signos de interrogación (risas). Y veo el remitente: "Julio Cortázar". Dije: "No es posible". Fue su primera carta, donde me decía que le sorprendía que de una gente su primer libro fuera éste... que le parecía extraordinario, bueno, me decía maravillas, y hacía notar también algunas cosas. Le escribí para darle las gracias por su carta, y así empezamos: yo le daba las gracias y él me volvía a escribir, yo le contestaba. Luego supo que iba a ir a París para ver a mi marido, Pedro Coronel, que estaba allá y empezó a preguntarme cuándo llegaba y a informarse si había llegado.

Estaba muy interesado en conocerla…

Sí, porque él decía que este tipo de literatura no se daba mucho en América. Nos conocimos. Me encantaron los dos: Julio y Aurora Bernárdez, su esposa. Hicimos muy buena amistad. Yo llegué a París pensando en viajar a varios lados, pero una vez que los conocí, dije: "Me quedo aquí, en París". Y me quedé como dos meses o más. Realmente hicimos una amistad muy entrañable… Fíjese que Aurora me escribió en 2004 y me pidió que le mandara fotografías y las cartas que Julio me había mandado porque ella publicó en España tres epistolarios de Cortázar, se las di y ahí estoy, en esos epistolarios, son tres tomos, de la A a la Z. Ahí están las cartas que él me envió y las que yo le contesté.

Amparo Dávila

http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/nota.asp?id=598040